Un pequeño parque de la ciudad daba cobijo a una pareja de enamorados. Estaban tumbados sobre un lecho de hojas secas ante la mirada perpetua de la luna llena.
Sus pupilas estaban dilatadas, ambos se observaban mutuamente y tan cerca, que se veían con nitidez reflejados en los ojos de su pareja. Respiraban el mismo aire una y otra vez... sonreían, hablaban con sutiles caricias que viajaban más allá de sus cuerpos.
-Te amo, te amo con toda mi alma, -dijo él, deslizando la mano con suavidad entre sus cabellos rizados- eres parte de mí. Te necesito, eres mi luz, mi guía...
Ella no habló... simplemente le besó, le beso con dulzura, sujetando su cabeza con la ternura que sólo posee una mujer.
Cerraron sus ojos y viajaron, sus cuerpos se elevaron a una dimensión superior... a un nirvana atemporal, indescriptible para el ser humano...
Se sentían Dioses, como dueños del mundo y del destino...
Poseían cuanto querían... Tenían el verdadero y único amor.
Ese que se muestra sin temor, sin rencor, ese que se descubre con el primer amor.
