Vuelvo a casa después de una larga ausencia por motivos de trabajo. Viajo en el tren, el vagón que ocupo está prácticamente vacío. El tren se detiene en una nueva parada. Atónito observo la llegada de una mujer a este vagón: es de tez morena, sus cabellos negros como el azabache, sus ojos dos esmeraldas, su sonrisa cautivadora, sus dientes perfectas perlas y su cuerpo perfecto… viste con una minifalda que incita y provoca a deleitarse con la visión de sus piernas largas y exquisitamente torneadas. Me siento torpe antes tanta belleza. Creo que me acaba de tocar la lotería, pues ha ocupado un asiento justo en frente de mí, al sentarse cruza sus piernas y me mira fijamente. El deseo se palpa en el ambiente. Ambos sabemos que nos gustamos, nos deseamos mutuamente en silencio… Quiere el destino que viaje a la misma ciudad que yo. Me cuenta que viaja a encontrarse con una vieja amistad.
No se como damos pie, pero en una de esas intensas miradas acabamos besándonos… los dos sabemos lo que queremos. Nos escondemos en el interior del baño… El morbo y el peligro de ser descubiertos incrementan el deseo. Hacemos el amor como animales en celo, nos mordemos, arañamos y besamos como nunca lo hemos hecho en nuestras vidas. Me despido de ella antes de bajar del tren, me da un trozo de papel en el que descubro su nombre… Sara, y un número de teléfono. Mi mujer y los niños me esperan en el andén corro a abrazarlos… Mi alma se cae al suelo, me maldigo y me reprocho, cuando mi mujer y Sara se funden en abrazos y risas.