miércoles, 15 de abril de 2009

SANGRE Y ARENA...


Férreo, era la mejor palabra para describir el carácter de Valerio, un Arcadio natural del Peloponeso, tenía propiedades indelebles, era tan duro y frío como el hierro, e inexorable en su actitud. Fue vendido como esclavo a la escuela de gladiadores cuando tan sólo contaba con nueve años de edad, su vida desde aquel entonces no valía nada. A diario sufría grandes castigos corporales, y durísimos entrenamientos, en los que se jugaba su insignificante vida a cada minuto, a cada segundo. Él, sabía que tan sólo era una diversión, una atracción más para abastecer el morbo sanguinolento de la plebe que a diario abarrotaba el gran coliseo Romano.
Toda una multitud desbordaba el estadio aquel día, los gritos, silbidos y clamores, parecían no impresionar el impasible carácter de Valerio. Que permanecía inmóvil, inmerso en una especie de trance, estaba sentado sobre un vasto y alargado banco de madera, su mirada estaba perdida en la arena, parecía contar los infinitos gránulos que componían el blando suelo. Su brazo izquierdo estaba forrado por una solida protección que acababa en el hombro con dos anchas correas de piel que cruzaban su fornida espalda y su poderoso pecho, en esa misma mano, sostenía un pequeño y reluciente escudo color dorado. En su mano contraria adornada con un brazalete, asía con fuerza una espada corta, tan afilada y mortal que impresionaba mirarla. Sus poderosas piernas estaban aderezadas con dos grebas que nacían en la garganta del pie y ascendían hasta llegar casi a las rodillas. Estaba en la celda que antecedía al espectáculo sobre la arena. Conocía muy bien ese lugar... había ocupado ese mismo banco infinidad de veces, tantas que ni él mismo las podía rememorar. Desde su adolescencia luchó con innumerables rivales, con el único premio de alargar su dura vida un tiempo más, a cambio de dar muerte a sus enemigos.
Se ganó a pulso el famoso apodo por el que Valerio era conocido: El exterminador... quince largos años y su cuerpo plagado de horrendas cicatrices contaban mejor que nadie su verdadera historia... Era invencible, su popularidad lo convirtió en el rey de los gladiadores, el mejor y más valeroso de cuantos mancharon con su sangre el tupido manto del conocidísimo circo de Roma.
Con sus veinticuatro años, nadie, ningún hombre había logrado arrebatarle una victoria. El sonido de una legión de trompetas, le devolvió a la realidad y una grave voz de un centurión le dio la señal.
¡Gladiador, la arena espera!
Se levantó como impulsado por un resorte, sus músculos se tensaron, el espeso portón de la celda se abrió, a pesar de los inmensos quejidos que emanaban de las arcaicas bisagras. La luz cegadora del exterior le hizo entornar los ojos hasta que sus pupilas se adaptaron a la intensa claridad. Por unos segundos el silencio se cernió sobre el circo, la muchedumbre observaba con gran expectación todos y cada uno de los movimientos del exterminador.
Era todo un mito... Cuando se colocó en el centro levantó sus brazos con vigor saludando a sus fanáticos espectadores, al unísono, un rugido en forma clamor llenó los oídos de Valerio.
Sintió una explosión de euforia, que se dispersaba a través de todos los poros de su piel. Después se dirigió con paso firme hasta colocarse a unos metros de distancia, bajo el balcón presidencial del Emperador. Apuntó con su espada al cielo, después hincado una de sus rodillas en el suelo inclino la cabeza, saludó mostrando sus respetos. El emperador se levantó y habló en tono elevado para que todos le escucharan, Valerio, permaneció quedo prestando gran atención:
“Gladiador, hoy es un día especial... Hoy podrás ganar tu libertad. Vence a tus rivales y serás un hombre libre”
Un nuevo rugido y vítores rompieron el silencio. Pero el exterminador parecía no tener sentimientos, su rostro y su miraba permanecían a la espera de la leve señal que daría comienzo al espectáculo.
El emperador hizo un mohín que reflejaba maldad, después movió la mano con parsimonia. Las trompetas tronaron de nuevo. Valerio se giró rápidamente y observó quedo la celda que se abría en esos momentos.
Por primera vez, su rostro reflejo asombro... De aquella celda emergían bestias sacadas del mismo infierno: Un furioso Minotauro, fue el primero en salir, un engendro del demonio, tenía la cabeza de un toro, el tronco de un hombre y patas de animal... sus fuertes brazos portaban una gigantesca y mortal hacha que blandía en el aire con suma destreza. Tras él un fornido Centauro mitad hombre mitad caballo, portaba un imponente arco, por encima de su espalda se dejaba ver una empuñadura de lo que se suponía una desmesurada espada. Al final de la comitiva un enorme Fauno, mitad hombre, mitad cabra asía amenazante un mazo demoledor. Los tres seres se abrían camino a través de la arena dispersándose y estudiando a su enemigo.
Valerio estaba paralizado, jamás había visto a semejantes bestias... Se dio cuenta que no saldría de la arena con vida... estaba inmerso en estos pensamientos cuando un brutal zarpazo le hizo caer al suelo y rodar, su espalda comenzó a sangrar con abundancia. Ni siquiera se había dado cuenta que detrás de él se había abierto un pequeño portón del cual con inquietante sigilo había surgido un gran león que permanecía encadenado y rugía rabioso, por haber perdido a su presa.
Rápidamente el exterminador se puso en pie, su rostro reflejaba dolor y desesperación, tuvo que saltar hacia un lado guiado de un instinto animal para evitar el impacto de una flecha que cortaba el aire. Su respiración era excitada e irregular, miraba con nerviosismo hacia un lado y al otro, ya que se encontraba totalmente rodeado. Las bestias se acercaban peligrosamente...
El Centauro, cogió una nueva flecha y tensó lentamente el arco apuntando al cuello de Valerio y disparo, el exterminador pudo esquivar la flecha en el último momento, después calculó rápidamente cual de los tres rivales era el más peligroso... Apenas tardo un segundo en decidir. El exterminador echó a correr hacia el Centauro, dio un gran salto y desde el aire, lanzó su espada con todas sus fuerzas. El centauro no tuvo tiempo de reacción, la espada corta de Valerio atravesó su pecho, haciéndole dar varios pasos hacia atrás, su arco cayó al suelo.
El público estaba enloquecido. El emperador hizo un gesto para que dejasen libre al león. Mientras tanto, el exterminador subió al lomo del Centauro y le arrebato la espada. Desde esa posición y girando sobre sí lanzo una tremenda cuchillada que sesgo de una tajo la cabeza del Centauro.
El fauno acertó un fuerte golpe en el pecho del exterminador que cayó los pies del Minotauro. Valerio no se había repuesto del golpe cuando vio caer hacia su rostro la enorme hacha. El exterminador rodó su cuerpo y el hacha impactó de forma violenta contra la arena. Una y otra vez el Minotauro lanzó hachazos, que incluso hicieron levantarse a la plebe, pensando que con el siguiente golpe el Minotauro daría muerte al exterminador, pero éste era muy ágil y aunque por pocos centímetros, Valerio se zafaba en todas las ocasiones. El fauno lanzó un fuerte mazazo a las piernas del exterminador. Este con reflejos felinos recogió las piernas echando el peso de su cuerpo sobre los hombros, para después tomar un fuerte impulso y de un salto ponerse de pie.
Las bestias resoplaban furiosas y el león dio un gran salto, pero en vez de atacar a Valerio atacó la espalda del Minotauro. El exterminador, aprovecho esa ventaja para atacar al Fauno, ambos se enzarzaron en una trepidante lucha. El exterminador blandía la gran espada del difunto Centauro, repetidos silbidos cortaban el aire haciendo retroceder de forma inevitable al Fauno. Los gruñidos del león mezclados con los bramidos del Minotauro eran espeluznantes, ambos rodaban por el suelo luchando con frenesí.
El Fauno arremetió con fuerza contra su rival, el exterminador cayó al suelo, el impacto fue tan violento que la espada se escapó de sus manos. Ahora el Fauno tenía una gran ventaja sobre el exterminador, levantó su mazo y lo dejo caer con violencia. El exterminador, arrojó un puñado de tierra a los ojos de la bestia, haciéndole parar su golpe en seco y causándole una ceguera temporal. Valerio aprovechó esos momentos para armarse de la gran espada y atravesar con violentos estoques el peludo pecho del Fauno, que fulminado besó la tierra dejando escapar de su boca un hilo de sangre.
El exterminador estaba exhausto, jadeaba de forma incesante. El emperador miraba con perplejidad como ese hombre iba exterminando a sus preciadas bestias, no podía permitir que Valerio ganara su libertad, aun así no hizo nada, se limitó a seguir observando el desenlace del enfrentamiento.
El Minotauro estaba sujetando las fauces del león con sus poderosas manos, El león propinaba zarpazos sin cesar e intentaba zafarse sin éxito. Un exagerado bramido y una fuerza brutal fueron suficientes para desencajar las poderosas fauces del felino, dejando al animal fuera de combate.
El Minotauro se levantó con torpeza, cuando se giro buscando al exterminador, se encontró de frente con la espada de este. El impacto fue grotesco, una y otra vez el exterminador golpeó con fuerza el rostro de su contrincante hasta que las patas le fallaron cayó semiinconsciente a la arena levantando una pequeña polvareda.
El gentío se mostraba eufórico, el exterminador levantó su cabeza buscando entre el público el rostro del emperador. Este tenía levantado el pulgar hacia arriba, pero el griterío de la plebe no cesó hasta que su pulgar apunto hacia abajo. En ese momento todo quedo en silencio...
Se escuchaban perfectamente los roncos bufidos de la respiración del Minotauro que estaba inmóvil en el suelo, se distinguió perfectamente el silbido del viento proveniente del grotesco espadazo que el exterminador lanzó con las dos manos.
Le siguió el sonido del trémulo gorgoteo, proveniente de la mezcla de sangre y aire, luchando por salir del grave tajo que tenía en el cuello, causándole una angustiosa agonía.
De nuevo la multitud explotó en rugidos y vítores... pero el exterminador no tenía fuerzas, extenuado, hincó las de rodillas en el suelo y apoyó sus cansadas manos en la enorme espada.
El emperador estaba enfurecido, los gritos desordenados exigían la libertad del exterminador...
El emperador se levantó, el silencio brotó de pronto en el coliseo. Hizo un claro gesto a los guardias que rodeaban todo el recinto y a la vez todos descargaron sus ballestas sobre el indefenso Valerio. Una nube de afiladas flechas oscureció la arena, cientos de ellas impactaron sobre el cuerpo del exterminador, que fulminado entregó su último aliento en la arena.
La plebe estaba conmocionada, se escucharon las primeras quejas que quedaron interrumpidas por las palabras del emperador: “¡Nadie, nadie sale con vida del coliseo de Roma...! ¡Ningún gladiador gana su libertad! ¡No existe el indulto!”
Las duras palabras resonaron en el aire taladrando los sentidos del gentío... que como llevados de la mano rompieron en un arrebato de gritos colmados del satisfactorio espectáculo que había acontecido.

   "LA LIMITACIÓN MÁS GRANDE DEL SER HUMANO RESIDE EN SU PROPIA MENTE."