Fundimos nuestras miradas en una intensa sensación que se apoderaba sin remedio de nuestros cuerpos. Sujete con fuerza tú largo cabello y mordí tus labios, te bese, te bese como si ese fuese el último beso, como si el mundo se fuese a acabar tras él. Escurrí mi lengua por tú cuello, la música de tus jadeos bailaba en mi mente, cada vez sonaba más intensidad. Se acrecentaba mi deseo, mi pasión...
Nuestra respiración excitada se acompasó. Despertaron de lo más profundo de nuestro ser instintos animales que dormitaban en la eternidad, despertaban con rabia, con ganas de cazar, de poseer nuestras almas y encadenar nuestros cuerpos, entre arañazos, mordiscos y caricias apasionadas que erizaban los bellos de nuestros cuerpos.
Mis ojos estaban cerrados, pero yo veía el cielo, viajaba, volaba con las alas que tú me diste. Acaricie tus pechos mientras mordía el lóbulo de tu oreja, entre tímidas risas y ardientes deseos, deseos incontrolados. Palpamos nuestros sexos, exploramos el amor que irradiaban, nos desnudamos arrancándonos la ropa.
Penetre tú cuerpo e iniciamos un Valls... revolcados, luchábamos por reinar el uno sobre el otro, en una pelea sin tegua y con el placer más intensificado como único ganador, nuestra respiración se entrecortaba, se aceleraba por instantes. Estuve quedo deleitándome con ese escalofrío eléctrico que recorría todo mi cuerpo... ohm, ¡no es un sueño!
¡Eres mía! ¡Te amo...!
Se discernían unos golpecitos que se iban intensificando... cada vez se escuchaban con más nitidez, empezaron a ser molestos.
¡Por favor pueden mover el coche, llego tarde a trabajar!
Un jarro de agua fría nos despertó, el rubor se apodero de nosotros y la pasión se desvaneció...
¡Puñetero vado eres un traidor...!
Arrancamos sin vestirnos, sin mirar alrededor, avergonzados por amarnos sin reparos en plena calle. Lejos de allí nos miramos y una sonrisa cómplice nuestros rostros iluminó... y ambos tuvimos un pensamiento común: ¡Qué bonito es amarse sin temor!