lunes, 9 de marzo de 2009

EL DIA QUE MUERA


No, no os preocupéis, esto no es una carta de despedida, ni tampoco he decidido decir adiós. Simplemente es una reflexión... un pensamiento que sacudió mi cabeza este sábado.
Tuve que ir a recoger a los abuelos a la iglesia, creo que había fallecido un viejo amigo de ellos. Mientras el sacerdote oficiaba la ceremonia, yo permanecía en mi coche, desde allí, podía escuchar las palabras del cura como si fuesen susurros casi inaudibles. En esos momentos tuve una extraña sensación, fue como si alguien hubiese apedreado un avispero en mi cabeza, las ideas y preguntas comenzaron a clavar sus aguijones y con ellos un mar de dudas, y un océano sin respuestas invadieron mi alma.
¿Qué es la vida?
¿Qué función tenemos?
¿Qué hay tras la muerte?
¿Existe Dios?
¿Vamos al cielo cuando morimos?
¿Existe el infierno?
Seguramente cada persona tiene sus respuestas a estas preguntas, pero yo las desconozco. Cuando pienso en la muerte... veo oscuridad, sólo oscuridad y nada más.
La vida, que palabra tan grande, tan amplia y tan compleja... vida, existen variedades infinitas e incatalogables y dentro de ellas hay un universo de razas y especies diferentes...
¿Cabe la posibilidad de que seamos un mero accidente de la vida?
Desde nuestros orígenes la humanidad ha tenido miles de Dioses, hemos creado Millones de conjeturas, pero no tenemos respuesta a determinadas preguntas... Acaso tenemos una necesidad genética de someter nuestra mente a estas preguntas, necesitamos tener o creer en un Dios.
Creo que el ser humano, necesita la esperanza tanto o más que el aire que respira, necesitamos creer que después de esta vida hay algo más... Que todo no acaba aquí, que hay una vida eterna, quizá por miedo o incomprensión a la muerte o a lo mejor porque así es... estoy hecho un lio.
¿Quiénes somos?
¿De dónde venimos?
¿Hacia dónde vamos?
¿Cuánto me queda?
De pronto las puertas de la vieja iglesia se abrieron, del interior comenzó a salir un tropel de gente, la mayoría de ellos eran ancianos. Ya en el exterior, la gente hablaba, se saludaba, algunos comentaban el tiempo que hacía que no se veían... y muy pocos tenían muestras inequívocas del dolor que causa la pérdida de un ser querido. Para mi aquello no dejaba de ser una reunión, pero me chocaba mucho, la gente reía, quedaban para otro día, como si ya el pobre difunto hubiese pasado a la historia. Bueno hay que reconocer que así era, pero sólo hacia dos minutos que habían salido de la iglesia.
Sinceramente, sentí tristeza... Pensé en el día de mi muerte, no, no quiero eso...
El día que me llegue la hora, quiero que donen todos mis órganos a quien los precise y después que mi cuerpo sea purificado por el fuego. Las cenizas me gustaría que las echaran en un agujero en la tierra y sobre ellas que se plantara un árbol. Así contribuiré con mis semejantes y con el medio ambiente, pero no quiero, misa, ni flores, ni nada... solo descansar eternamente, sin más.
-Bueno, ya hemos llegado... hasta mañana abuelos-
Mis pensamientos se esfumaron, tenía que hacer la cena, bañar al niño y disfrutar de mi familia. Pero antes de llegar a casa una lanza en forma de reflexión atravesó mi alma:
Si tenemos un Dios, si Él es nuestro padre ¿cuándo mediará?
Necesitamos que se acabe el hambre, las guerras, el dolor, el sufrimiento, la destrucción de nuestro planeta, la pobreza, las enfermedades, la avaricia...
¿Por qué la vida es tan injusta?
Dios está en nosotros, ya que tenemos el poder de crear, de destruir, de amar, de pensar, creo que no tendríamos que esperar que Dios arreglara la tierra, somos nosotros los únicos responsables de nuestros actos y de su decadencia...
En ese momento la puerta se abrió, la sonrisa de mi hijo desvaneció todos mis pensamientos.
   "LA LIMITACIÓN MÁS GRANDE DEL SER HUMANO RESIDE EN SU PROPIA MENTE."