Lena, era una mujer de treinta y cinco años. Poseía todo lo que se puede estimar para una excelente calidad de vida. Tenía un buen marido, unos hijos encantadores y un dulce hogar donde el amor rebosaba en cada rincón. Aquella noche estaba un poco cansada y no tardó en irse a la cama... Cuando su esposo se acostó, ella ya dormía plácidamente.
Horas más tarde, Lena despertó, se encontraba muy nerviosa, una extraña sensación se nacía en su ser, al instante comenzó a ver con asombro, una indescriptible luz que se movía en la oscuridad de su dormitorio deformándose y adoptando diversas formas... Aterrada, intento despertar a su marido con leves movimientos, sin llamar la atención de aquella cosa. Sus intentos fueron en vano, pues su esposo dormía profundamente. Aquella luz salió de la habitación. Lena sintió que otra nueva sensación embargaba su alma, ahora sentía paz... una paz inenarrable, una grata sensación. Sus temores se evaporaron como por arte de magia, Se levanto, se sentía plena de energía, su cuerpo parecía no pesar, era liviano. Fue un instante inolvidable, aquella cosa, aquella luz, parecía jugar con ella, con rápidos movimientos formo un cuerpo etéreo con aspecto humano que invitaba a Lena, a seguirla con el movimiento de sus manos vaporosas. Lena, como en una especie de trance, acerco su mano con timidez, cuando noto el contacto con el ser pudo escuchar una dulce e hipnotizadora voz que susurraba:
-Lena, Ven conmigo, acompáñame...
Ella se dejó llevar, al instante aquel ente rodeo su cuerpo y comenzó a elevarla suavemente hacia el cielo. Sus cuerpos atravesaron el techo como si sólo fuese una cortina de humo. Lena estaba maravillada, veía su casa, los arboles, los coches, cada vez se hacían más pequeños. De pronto un temor, la hizo salir del trance en el que estaba sumergida. Mis hijos, mi marido pensó... En ese instante aquel ser se esfumó y Lena, cayó hacia el suelo a una velocidad vertiginosa, lo curioso es que en ningún momento tuvo temor. Aun a sabiendas que el impacto contra el suelo sería mortal. Ni siquiera tapo su rostro cuando se encontraba a sólo unos metros del suelo. No hubo impacto, no se escucho ruido alguno, estaba en el suelo pero no sentía dolor, no sentía nada. Tardo unos momentos en ubicarse, todo parecía cambiado... Aunque no muy lejos de allí podía discernir su hogar, se dirigió con paso tranquilo. Todas las luces de la casa estaban encendidas, dentro había un revuelo poco habitual. No tuvo que llamar a la puerta, su marido la abrió. Estaba fuera de sí, lloraba como un niño. Lena, se temía lo peor, corrió hacia el interior, pensó que alguno de sus pequeños había sufrido algún percance, pero no fue así...
Palideció, enmudeció, su mirada quedo perpleja... Sus hijos lloraban, abrazaban su cuerpo inerte... en ese instante entendió que ella murió.