En el viejo rancho, una docena de jinetes se agolpaban alrededor del picadero, estaban subidos en las desgastadas vigas de madera que formaban el vallado. Vociferaban y apostaban entre sí, cuál de ellos sería capaz de montar el bello ejemplar de raza española y capa negra azabache, que retozaba inquieto en el interior...
John, el capataz observaba ensimismado al animal, nunca en sus largos años de experiencia había visto un caballo tan terco como éste... Él mismo, fue quien bautizó al equino con el nombre de “Indomable”.
John, no podía evitar reírse de cuantos intentaban montar en vano a, Indomable. Los jinetes, apenas aguantaban unos segundos montados sobre él... incluso el animal parecía burlarse de ellos...
Cuando el jinete caía sobre la arena, Indomable se ponía de manos y relinchaba desafiando con su mirada a los nuevos valientes que intentaban subir sobre su grupa.
José, un joven y experimentado vaquero, fue el único capaz de sostener las riendas algo más que los demás, pero cuando tiró de ellas con la intención de someter al animal, el bocao pareció no sujetar a Indomable, que se desbocó haciendo caer al jinete de forma aparatosa...
Varios compañeros saltaron al interior del picadero para atender a José, por suerte todo se quedo en el susto.
En aquel preciso instante, el capataz ordeno dejar tranquilo al animal, ya que auguraba algún lamentable accidente de seguir empecinados en montarle.
De mala gana y a regañadientes los hombres se alejaron del picadero con la promesa de volver a intentarlo a la mañana siguiente...
Apenas unas horas más tarde... Esmeralda, la hija del capataz, una preciosa adolescente con los rasgos típicos del síndrome de down, se aproximó al picadero.
-Bien hecho, Indomable... lo he visto desde mi habitación.
El animal se mostraba tranquilo, se acercó a Esmeralda y se dejó acariciar mientras ella le daba algo de comer...
-Papá piensa que a ti te pueden dominar con la fusta... que ingenuo...
Indomable, no parecía el mismo animal, ahora junto a Esmeralda, era muy dócil, parecía un perro, un enorme y bonito perro negro.
-¿Me dejas subir?
El animal asintió con la cabeza como si hubiese entendido las palabras de Esmeralda y se acercó aún más a las vigas de madera para facilitarle la subida. A los pocos segundos ambos estaban dando un tranquilo paseo en el interior del picadero.
José, fue quien dio la voz de alarma...
Nadie podía creer lo que estaban viendo... habían pasado tres largos desde que Indomable fue trasladado al rancho y nadie, sin excepción, había podido montar al equino sin sufrir algún daño.
La primera reacción de los hombres fue echar a correr hacia el picadero, tenían miedo de que Indomable, pudiese hacerle daño a la pequeña Esmeralda...
Con mucha cautela los hombres bajaron a Esmeralda del caballo y la sacaron del picadero.
-¿Cómo es posible que le haya dejado montar?- repetía el capataz sin cesar.
-Muy fácil papá... primero se lo he preguntado. –Dijo Esmeralda mientras comenzó a caminar hacia el caserón.
La perplejidad no se podía ocultar en los rostros de los hombres, que aún no daban crédito a los hechos que habían acontecido.